jueves, 18 de febrero de 2016

Ensayos para olvidar I



El corazón tumefacto, su ritmo airado,
esta congestión de verbos y silencios,
lo violenta que se vuelve la mañana
entre páginas y páginas de incertidumbre.
Hay un odio injustificado con todo lo que tiene que ver contigo.
Perdóname, pero ni que me perdones quiero,
ni que me traigan la calma servida en tragos pequeños,
ni que me amputes la rabia con tijeras de distancia.
Aunque no quiero sentir: ni odio ni pena ni temor.
No quiero sentir nada y eso me asusta tanto,
me vuelve tan irrisoria, tan ridícula como humana.
Pero siento grises las arcadas, siento forjadas las noches,
la nostalgia hundida en mi rostro, el amor hecho jirones.
Yo, que estoy tan harta de esta batalla repetida,
soy la primera en aborrecerme si me curvo a los infiernos.
Yo y mi oscuridad anticuada, mi dependencia de las sombras,
yo, la yonki del dolor levantando la espada ante enemigos invisibles.
Ni tan siquiera es todo lo que tengo. Y eso es peor que nada.
También sé de la fugacidad relativa de las cosas
y que te irás con el fuego que arde hoy en mi palabra.
Te irás como el sueño último, como adentrándote en la niebla
y para entonces ya estaré curada de esta inquina,
lejos del reverso de esta bestia que soy,
añorándote en la rabia.

viernes, 12 de febrero de 2016

Otra cosa.



Supongo que no era amor. Hoy la soledad se adhiere a las paredes de mi casa, de mi cuerpo. Quizá éramos todo lo que no la dejara entrar. ¿Te has parado a pensarlo? Quizá éramos una continua carrera a contratiempo, una huida infinita de nosotros mismos, siempre escapando de una guerra de añoranzas. Si todo eran límites, ¿cómo iba a darse el amor? No, el amor no nace en las espaldas, no respira en las palabras guardadas, no espera en cada puerta. No, el amor entra de golpe o no entra. ¿Qué sabemos nosotros de esto? A veces creo que estamos disminuidos, que nos falta alguna parte del corazón, o que sencillamente, vivimos aterrados. Qué pena. Nos esperaban todos los bosques, todos los ríos, nos esperaban las constelaciones y las chimeneas. Nos esperaban los perros y los hijos y los caminos. Ahora todo se degrada lentamente.  Tú allá, estrechando el laberinto cada vez más y yo acá, con mi ártico agrietándose. Pero no era amor, supongo. Era otra cosa que no puede comprenderse en una palabra. Que no puede cercarse, ni definirse. En definitiva, éramos algo que nunca sabremos.