viernes, 22 de febrero de 2013

Todo propio.


Baja la atmósfera y mancha los tejados de pensamientos.
Hay un intruso en cada uno de nosotros aullando frente a las paredes.
Camino sumergida buscando profundidades, corro por calles azules:
estoy dejando ese rastro de números secos, cifras sin dueño ni orden.
Me rompo en aves,  soy de gritos blancos contra un muro. Todo propio.
Oh, no calumnies mis aguas ni mi pequeña partícula de sueño:
era el párpado del cielo cerrándose mi sombra,  pero ahora lo comprendo.
Era la edad un cerco y  todos somos presas sin su  monstruo, sin fauces abiertas.
Volvía a casa como se vuelve a un fracaso, envejecía deprisa en boca de otros.
Nada me alejaba tanto de mí misma y nada fui más allá de los umbrales.
Se vacía la ciudad de todo este océano de distancias y cuchillos.
Busco la profundidad palabra  adentro, entre mis rodillas frías,
en el silencio de la noche sin un nombre distrayéndome.
¡Ah, las luces tenues del corazón que está sólo, sólo en su alegría!











viernes, 1 de febrero de 2013

La chica está sola.



Peina la tarde con sus dedos mutilados.

El deseo es un artilugio violeta con siete velocidades

y distintos modos de vibración. Tal cual se posee entera.

La chica está sola y por eso,

se enfunda en encajes, toca el frío cuero del poema,

baja a medias la persiana. Tiene los ojos de un pájaro angustiado.

Está sola en los incendios, en las grandes avenidas,

sola frente a la copa de más, alquitranada por dentro.

La chica sueña sus verbos imperativos

mientras la noche irrumpe en el suelo de madera.

Y con violencia, estrella los teléfonos. La esperanza.

La chica vive en la frontera

y sube su falda mientras todos confiesan.

Besa el plástico de las horas compartidas: nada arde entonces.

El sexo es un preámbulo en sí mismo. La advertencia.

La chica mira el rótulo de neón,

la estatua de bronce empalada, las sogas clavándose en la carne

y entonces, obscenamente, comprende:

el amor cruje bajo unos pies ensangrentados

y ella introduce a un extraño en su cuerpo.

La chica está sola,

por eso los bandoneones le suenan horribles

y se vuelve humo y seda deshonrándose, envileciéndose,

bajándose las medias mientras late impasible

el único secreto entre sus piernas.