Eras tú.
Y se nos daba tan bien crear distancias
como habitar trincheras.
Éramos nosotros y era el desafío de mirarnos
siempre desde los rincones más oscuros.
Pero a veces nos salvábamos a besos,
nos ganábamos a orgasmos altos, eléctricos.
Yo era el laberinto
y nunca te pedí perdón.
Llevo conmigo ese nosotros borroso y aguado
pero vivo.
Eras tú, el latido.
Y el día que te fuiste recuperamos los sentidos,
todo volvió a ser normal, todo respiraba.
Menos esa parte de mí,
profunda y callada,
que todavía te nombra.