Siempre me adentro en la noche por el instinto.
Por un antiguo impulso animal me voy perdiendo
en laberínticas canciones de soledad.
Las voces me llaman, el cielo se
colma de insectos brillantes,
miro fotografías con la lluvia dentro, bebo de ese cosmos.
Péndulos en mis ojos contemplándote ayer:
siempre es ayer desde que te fuiste.
Cae también la noche sobre tu
colina solitaria,
donde acaricias la tristeza de los árboles.
Haces lo que tienes que hacer, haces lo que esperan todos.
Los pedazos de una vida en el suelo del salón
ya no esperan ser recogidos por nadie.
Las lágrimas no amortiguan el dolor, eso lo sabemos.
La eternidad es otro
despropósito y, a veces,
solos y en la noche, olvidamos todos los principios.
Solos por las pendientes, por las avenidas,
solos en las mansas sonrisas y en el arranque de furia.
Tejiendo hilos hacia el universo, llenos de preguntas,
perplejos ante la ecuación del mundo, podríamos vernos,
algún día, en alguna parte, en algún lugar inesperado
y, de pronto, reconocernos.
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