“Cuentan que la Bella
Durmiente
nunca despertó de su sueño”
-Leopoldo María Panero-.
El altar en las alturas del silencio, las calles de la palma de mi
mano. Un pie desnudo que se posa en el océano. Los ancestros me acompañan,
también se suben a los árboles. Hay un padre que desciende, que no puede
comprender el movimiento de los astros. Yo siento que los peces, a mi lado,
también recorren los abismos. Y luego, azoteas azules donde los perros ladran
al viento, donde digo en un susurro “no
te salgas de tu sitio”. Me recreo en este laberinto de la noche, me atañe
la extraña luz del subconsciente. Pertenezco a la abstracción de los bosques, a
la mirada de los pájaros. Creo en este instinto lunar, en el símbolo intangible
de mi sangre. Flores negras pulverizándose en mis ojos son los sueños trayéndome
el futuro.
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