Supongo que no era amor. Hoy la soledad se adhiere a las paredes de mi
casa, de mi cuerpo. Quizá éramos todo lo que no la dejara entrar. ¿Te has parado
a pensarlo? Quizá éramos una continua carrera a contratiempo, una huida
infinita de nosotros mismos, siempre escapando de una guerra de añoranzas. Si
todo eran límites, ¿cómo iba a darse el amor? No, el amor no nace en las
espaldas, no respira en las palabras guardadas, no espera en cada puerta. No,
el amor entra de golpe o no entra. ¿Qué sabemos nosotros de esto? A veces creo
que estamos disminuidos, que nos falta alguna parte del corazón, o que
sencillamente, vivimos aterrados. Qué pena. Nos esperaban todos los bosques,
todos los ríos, nos esperaban las constelaciones y las chimeneas. Nos esperaban
los perros y los hijos y los caminos. Ahora todo se degrada lentamente. Tú allá, estrechando el laberinto cada vez
más y yo acá, con mi ártico agrietándose. Pero no era amor, supongo. Era otra
cosa que no puede comprenderse en una palabra. Que no puede cercarse, ni
definirse. En definitiva, éramos algo que nunca sabremos.
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