I
A la tierra vuelve la ceniza del tiempo.
A estas horas sin dueño, sin dioses,
vuelven las buenas costumbres.
Hemos alzado ya las copas, hemos hablado
del delirio, del frío inhabitable de las esquinas, del alfabeto de las constelaciones.
Aúllan los perros que están solos y
perdidos en la noche.
Tomas mi mano sumergiéndote en la palabra
abierta: todo está vivo.
Arderán en el fuego los imposibles, las
franjas que separan estas vidas confusas y contaré en tus ojos mis propias
plegarias.
Somos de esta tierra inmensa que es
ninguna parte y por eso amamos todo cuanto perece entre los dedos.
Saliva sobre la eternidad que no nos
concierne.
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