La niebla, mi vestido, una rara humedad desquiciándome los huesos.
El pensamiento en las copas de los árboles, encaramándose sin miedo. El dolor,
el gesto que se pierde en una madre que se apaga, el mundo me envenena con su
orden. Hay paredes altas como generaciones,
raíces profundas como una canción herida. ¿A dónde iré? Todo son cornisas.
Vidas accidentales, esquinas por donde pasa la suerte. Tengo las manos llenas
de viento. Apenas lloramos aquello hemos soñado. Espirales por las que
descendemos a respuestas que no queremos oír.
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