miércoles, 1 de julio de 2015

El porvenir



Ya no sé si abrir las ventanas

porque al hacerlo huele a alcantarilla,

a lugares mediocres, a moles de ignorancia.

Si las abro, oigo a la Esteban, a Melendi y a Marhuenda

como ecos de cuchillos en las paredes cercanas,

o como gusanos intentando trepanarme.

A veces también cantan los pobres

cosas de amor y de esperanza

y eso aún me deja más triste,

más ridícula, más sola.

Nunca veo las estrellas pero sí

el halo turbio de la polución.

No lloro porque estoy cansada.

De la endogamia, de las normas,

de las cuarenta horas semanales,

de caminar como si fuera un cementerio.

Cansada de que inoculen el miedo palabra por palabra,

de la sangre del telediario, del betseller de mierda,

de las canciones simplonas para parejas vacías,

de las parejas, de la soledad, del apareamiento.

Estoy cansada de las que lloran

porque no pesan cuarenta kilos,

o porque sus bocas se hunden, o porque sus pómulos caen.                        

De los que tienen miedo de ver

la misma mujer todos los días

y también de los que quieren

encerrarte en su palacio de cristal

hasta que te mueras como una reina.

Estoy cansada del whatsapp, del AVE,

de las oficinas llenas de vacío,

del con IVA y sin IVA, de las liquidaciones.

También de los Coelhos, los Misterwonderful,

el impuesto positivo, la palmadita el hombro,

los “yo sufro más”.

Estoy cansada de los milagros de la dieta,

de la vida sana, del deporte como religión.

Aunque lo estoy también del Jägermeister,

del amante prestado, de los baños malolientes

a las seis de la mañana.

De esa intensidad artificial de las sustancias,

de las huidas, de la pesadumbre de tener

treinta y pico años y andar haciendo el gilipollas.

Estoy cansada de los óvulos, las prisas,

los atardeceres discerniendo mi futuro,

las explicaciones que quieren que dé

cuando reacciono de forma diferente.

Cansada de sentir un odio callado y profundo

contra lo que injustamente se ríe en mi cara.

De pedir intimidad o rogar aislamiento

sin tener que añadir que estoy loca,

que tengo una tara o una infancia difícil.

Y podría seguir recitando inmundicia

hasta que el amanecer me sorprendiera cubierta de sal.

Pero otra vez abriré la ventana,

saldré a esa muerte con los brazos en jarra

y los labios cubiertos de barro,

sin belleza, sin florituras,

como carne cruda a por el día,

sosteniendo mi esqueleto triste

sobre ese amasijo

de lo que llaman porvenir.

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