sábado, 1 de diciembre de 2012


Olvidando mentimos. Chico, tú eras fácil.

Me pregunto por las calles, nuestro laberíntico centro

que no es de nadie y es de todos, ese foco de alegría.

Las esquinas se llenan con magreos de otros,

los puentes sostienen pasos desnudos.

Recuerdo mi vestido negro, tu mirada mortal.

A donde has ido, no lo sé. Poco importa de repente.

Me gustaba el azul oscuro en tu balcón,

las vidas ajenas, todas las mujeres que ponías en tu boca.

En la mía todo era humo. Tus riñas. Tus ruinas.

La rara coincidencia de confluir en la noche,

mano a mano sin cursilería, reales como escalofríos.

Yo era toda corceles, chico. Todo cuanto quisieras.

Y te has ido al silencio. Entonces me mientes,

cuando la única verdad era mi risa desbocada sobre tu cuerpo,

mi celebración contínua en tu abrazo breve,

la percepción de un dolor suave que tiembla oculto.

Oficiaba el placer, eso era todo. Dejé de preguntarme el resto.

Ahora comprendo tu cálculo: la latitud es el antídoto,

te contienes por si acaso, vives en los márgenes.

Olvidar es la calumnia, chico.

Pero es también el único alivio.




 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Rocío, qué grande eres. ¿Por qué no me hablaste antes de todo esto...? Contigo corro riegos, leerte es todo un atrevimiento. Encantado de conocerte. Otra vez.


(El de la chaqueta molona)