viernes, 1 de febrero de 2013

La chica está sola.



Peina la tarde con sus dedos mutilados.

El deseo es un artilugio violeta con siete velocidades

y distintos modos de vibración. Tal cual se posee entera.

La chica está sola y por eso,

se enfunda en encajes, toca el frío cuero del poema,

baja a medias la persiana. Tiene los ojos de un pájaro angustiado.

Está sola en los incendios, en las grandes avenidas,

sola frente a la copa de más, alquitranada por dentro.

La chica sueña sus verbos imperativos

mientras la noche irrumpe en el suelo de madera.

Y con violencia, estrella los teléfonos. La esperanza.

La chica vive en la frontera

y sube su falda mientras todos confiesan.

Besa el plástico de las horas compartidas: nada arde entonces.

El sexo es un preámbulo en sí mismo. La advertencia.

La chica mira el rótulo de neón,

la estatua de bronce empalada, las sogas clavándose en la carne

y entonces, obscenamente, comprende:

el amor cruje bajo unos pies ensangrentados

y ella introduce a un extraño en su cuerpo.

La chica está sola,

por eso los bandoneones le suenan horribles

y se vuelve humo y seda deshonrándose, envileciéndose,

bajándose las medias mientras late impasible

el único secreto entre sus piernas.

 
 

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