Bruma sobre las casas. Una alambrada sitia la poca paz que queda.
Emergen manos entre las llamas, me acosan, penetran en mis entrañas: todo mi
cuerpo es una náusea de pronto. Partir, irme lejos. No quería este recuerdo, no
quería más tinieblas. Una flor amarilla, un sonido seco, la noche infectada en
mi cama. Un día todo cristalizará y seré la mañana y veré la luz inmensa que es
la verdad de mi tiempo. Haber nacido mujer, perderme en los espejos y ya tan
sólo encontrarme en el aullido de los bosques. No sentarme a esperar nada.
Nunca más lanzarme a los perros hambrientos.
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