martes, 6 de mayo de 2014

Allí, tan lejos



Atravieso el acero del dolor.
La tarde palidece henchida de ausencias,
grita el techo donde lanzo los ojos
para no cruzarme más conmigo misma.
La inmensidad me hace pequeña, me vulnera.
Tu voz afilada abre brechas por mi cuerpo,
todo deja de girar, todo cede ante tu frío.
La vida apretada entre los dientes,
el amor sin piel, sin refugio, en esas calles.
Tú alejándote de todo y yo contándole a la sangre
cientos de porqués que desconozco.
Desesperan los teléfonos, los buzones, el silencio.
Carreteras que no sé si apaciguarán tu prisa,
abrazos de emergencia deslucidos y mi lágrima,
mi lágrima que es sal de la tuya,
mi lágrima a resultas de este verso negro.
Me interno en esa bruma,
la ciudad parece morirse
lentamente debajo de mi lengua.
Cuelga en mis arterias letras tuyas,
pon tu rabia, tus terrores en mi espalda,
pero no te vayas allí, tan lejos,
donde puedas olvidarme. 


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